Carta enviada por nuestro Hermano Gadea
La hermandad y la nueva evangelización
Hace unos días leía en un medio de comunicación nacional un
artículo con un título muy llamativo: “Los
españoles tiran de la Iglesia”. En él se decía que, aunque apenas ocupemos
puestos de relevancia en el Vaticano, sobre nosotros recae el “peso de la
evangelización” porque estamos al frente de las grandes organizaciones que
desarrollan esta labor a lo largo y ancho del planeta. Jesuitas, Franciscanos,
Maristas, Escolapios… son la vanguardia de una Iglesia que promueve una nueva
evangelización.
El Año de la Fe es una oportunidad
inmejorable para impulsar esa evangelización, un tiempo en el que el Papa nos
ha invitado a ponerla en práctica, a transmitir
las enseñanzas y el ejemplo de Jesús. Convertirnos, sencillamente, en misioneros, en una labor que empieza por
nosotros mismos y por nuestro entorno más cercano. Y parte de él lo ocupan hoy
nuestras hermandades penitenciales. Unas asociaciones destinadas a promover el
culto público y realizar labores de apostolado, de evangelización, de caridad.
Son, a fin de cuentas, excelentes instrumentos para encauzar, apoyar y difundir
el mensaje de Jesús.
Un papel que vienen desarrollando desde su implantación y
fulgurante desarrollo a partir del Concilio de Trento (1545-1564). Fue la gran
respuesta de la Iglesia al protestantismo y a algunas de sus propuestas. Su
rechazo al culto a las imágenes significó la explosión de unas tradiciones que
han perdurado hasta hoy: el impulso de ese mismo culto a través de su
exteriorización.
Las veteranas hermandades asistenciales dejan paso a estas
nuevas formas devocionales que se convierten en piezas claves de estos nuevos
tiempos. Curiosamente, las del Nazareno son las últimas en aparecer y las de
menor vitalidad y recursos económicos, sin embargo despiertan muchísimo fervor
popular. Y Villalba y su hermandad
nazarena no se han mantenido fuera de esa “ola” renovadora, ni entonces, ni
ahora.
Su historia a lo largo de estos siglos no es más que el
reflejo de una sociedad que va cambiando, evolucionando, transformándose, pero
que mantiene algo inalterado a lo largo de los años: fueron y siguen siendo,
una poderosa herramienta destinada a seguir sirviendo a una Iglesia que hoy
reclama una nueva Evangelización, más cercana, más próxima.
Si bien estas
corporaciones nacieron como organizaciones dedicadas al culto hoy son ejemplo
de compromiso y militancia activa acorde con los tiempos. Las hermandades y cofradías siguen siendo, definitivamente, instrumentos indispensables de una iglesia,
la nuestra, que si bien no tiene poder en las altas esferas vaticanas es firme en su constancia, en su voluntad y en
su entrega a quienes más lo necesitan, que somos todos.
Su presente lo vamos viviendo día a día y su futuro, más que nunca, está ligado al trabajo “por el alimento que perdura para la vida eterna”.
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